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Carnaval gallego, visión cunqueirana
manolo mendez

 

Por Manolo Méndez
ma.mendez@telefonica.net
manolomendez.com

entroido

 

 

De la serie "Andar y ver por Galicia", espacio radiofónico que, con éste u otro título Álvaro Cunqueiro presentó durante muchísimos años en RNE-La Coruña, recuperamos ahora la charla emitida el 15 de febrero de 1980, en la que el genial mindoniense traza un apunte, como siempre en él preciso, poético y evocador, de la evolución del modo gallego de celebrar la fiesta del Carnaval.

Ya estamos en vísperas de Carnaval. Parece ser que la palabra nos haya llegado de Italia, y nadie duda de que significa carnis vale, ¡adiós carnes! Porque éstos, los carnavalescos, días carnales, los días del puerco, los días lardeiros o del tocino, antes de que venga el miércoles que pone ceniza en la frente del cristiano, y entre la Cuaresma, en la que nos son quitadas las carnes, y que por eso se llama tiempo de Carnestolendas, de las carnes quitadas, del latín tóllere, quitar. 


El entierro de la sardina era y es una protesta, una contestación: enterramos la sardina, el pescado en general que se nos va a imponer durante la Cuaresma, y reclamando el derecho a seguir comiendo carne en los días de abstinencia.


 


Los tiempos han cambiado mucho, la penitencia se ha dulcificado, y ya no hay la gran batalla que contó Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita, entre don Carnal y doña Cuaresma, y que contra todo pronóstico venció la Cuaresma con todos sus pescados.
Una Galicia rural muere, y cuando hablamos de nuestros carnavales, de los días de Antroido -es decir, del Introitus de la liturgia a la Cuaresma-, ya muchas de las cosas que eran tradicionales en el país se han ido, quizás para siempre. El último en estudiar el gran muñeco que en tantas casas aldeanas se hacía el Martes Lardeiro con paja y ropa vieja, y que después era quemado o ahorcado, fue el antropólogo Taboada Chivite, que en paz descanse.

Este muñeco, este gigantón, representaba la muerte invernal, la esterilidad de los días fríos, y su quema o ahorcamiento era el anuncio de un nuevo reverdecer o resucitarde los campos. Últimamente ya el gran muñeco, el gigantón, no ponía miedo a nadie, y ni se observaban las prescripciones antiguas. Por ejemplo, que no lo vieran las muchachas solteras, no fuese irse a ellas a engendrar hijos, que saldrían tan enormes como el padre. Hoy son, en algunas casas, las propias muchachas las que hacen el gigante de paja y ropa vieja, tan disparatado como un espantapájaros.

Queda en Galicia por resolver el problema de las máscaras, del rostro cubierto con antifaz o careta. Ambas cosas, especialmente el antifaz, parecen ser de origen italiano. Un obispo de Orense prohibía las caretas en el año 1748, y me parece que es la primera prohibición que hay en Galicia. Debió de ser en esa época cuando en nuestras ciudades y villas pasó de ser el carnaval fiesta de jolgorio campesino y de excesos gastronómicos, a ser fiestas de bailes de disfraces. Aquí era el sentarse a comer cerdo y a gastar bromas al vecino, cuando ya Venecia celebraba sus grandes carnavales, con toda la población con antifaz, y bailes que duraban jornadas enteras.

Gastronómicamente, el lacón con grelos ha ido sustituyendo a los grandes cocidos, en los que iba a las ollas lo mejor del cerdo: la cachucha, la costilla salpresa, la soá, el diente, la oreja, el rabo, la longaniza y el chorizo, y si la matanza era reciente, la androlla o botelo, allí donde suele hacerse este gran embutido. Días de filloas, de orejas y de flores de sartén.
El gallego se quitaba el hambre, salía de los caldos invernales y de la leche, para la gloria carnívora del martes lardeiro, uno de los días del año que más celebraba. Siempre cuento de los bailes del Círculo de las Artes, de Lugo, en los que al filo de la madrugada, los asistentes sacan sus cestas y hacen cena, opípara sin duda.
En las ciudades y villas abundaban las comparsas musicales, que ahora apenas salen a las calles. Un gran cambio se ha producido, y del carnaval rural de antaño casi nada queda, salvo la gran comilona del martes. Disfrazadas o no las gentes, van a bailar a un salón, al son de una orquesta, bajo la lluvia de confetti y viendo volar las serpentinas. Ambas cosas venecianas y que debieron llegar a Galicia en el siglo pasado.

Es curioso que en un país tan católico viejo como España, y como nuestra Galicia, se haya celebrado, pese a todas las prohibiciones, el entierro de la sardina, y se haya conservado, como última juerga carnavalesca, y es otra protesta, el baile de domingo de piñata, que coincide con el primer domingo de Cuaresma. Yo recuerdo, de niño y de mozo, la oposición del clero de mi ciudad, y del predicador cuaresma de turno, al baile del domingo de piñata. Por cierto que ya no recuerdo que hubiese piñata, que en algunos lugares de León y de Castilla, entre los dulces que llovían en la piñata, llovían también pequeños chorizos y morcillas, embutidos adrede. Doble protesta, pues, contra el tiempo de penitencia y las carnes quitadas.

Las bromas campesinas eran semejantes a las de la noche de San Juan. Se cogía el carro o el arado del vecino y se llevaban lejos, o el arado se colgaba de un árbol. Bromas pesadas, pero aceptadas. Una Galicia urbana, con otros hábitos, sustituye a la Galicia campesina. Repito que si en alguna aldea hacen el gigantón del Antroido, ya nadie sabe que tiene un significado agrícola, y que al darle muerte, quemándolo o ahorcándolo, se propicia la llegada de la primavera, del primum ver, del primer verdecer. Menos mal que queda todavía el respeto al almuerzo del martes.
¡Alegría, alegrote, o rabo do porco no pote! El gallego talla cerdo en el plato, aunque ya no le diga adiós a las carnes durante los largos días de la Cuaresma. Que eran, en verdad, muy largos, para el gallego cristiano, con sus ayunos y abstinencias. Aunque muchos gallegos bastantes abstinencias forzadas tenían todo el año. 

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