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El azabache, tradición y artesanía medieval en Compostela  

El azabache, Tradición y artesanía medieval en Compostela

Desde los oscuros tiempos medievales, al amparo del Camino y confundiéndose con él en la simbología de la presencia compostelana, perdura en Santiago, hoy con exclusividad mundial, el virtuosismo artesano de la talla del azabache.

El azabache es un material fósil, una singular variedad dura y compacta de lignito, frágil, negro, brillante y aterciopelado, que se puede trabajar con la lima y el torno y acepta un bello pulimento de intenso brillo y tacto suave.

Las variedades más duras, las más apreciadas, tienen la cualidad de electrizarse por frotamiento, al igual que el ámbar, y atraen pequeñas partículas. Esta propiedad fue utilizada desde siempre como test de calidad para distinguir los buenos azabaches: una vez frotados con un trapo de lana, se ponían en presencia de paja picada, considerándose tanto mejor cuanta más atraía, es decir, si "tomaba bien la paja".

Esa cualidad electrizante, junto con otras, como la propia intensidad de su negro aspecto, la facilidad para arder, pareciendo una piedra, su similitud con el mítico ámbar...favorecieron sin duda el que desde los primeros tiempos surgiera una fácil asociación con los rituales mágicos. Los egipcios, los fenicios y los romanos solían ya confeccionar amuletos de azabache para proteger a sus hijos. Plínio reconocía en el azabache virtudes extraordinarias, como la cualidad de ahuyentar a las serpientes, curar los dolores de muelas, aliviar la histeria de las mujeres y fortalecer la vista.

AzabacheEl origen de su propio nombre, derivado de la raíz iraní "az-zabat", que significa "poder", "fuerza", resulta una evidencia más de tan primigenio vínculo. Esta cualidad mágica del azabache alcanza su expresión mayor en la alta Edad Media, cuando en los reinos cristianos prospera, generalizándose, el reconocimiento de su eficacia como talismán contra el mal de ojo: y más aún cuando los alquimistas ven en el azabache, con su impoluta negritud, un vínculo posible con la Materia Prima para la Gran Obra alquímica, que ha de ser "una sustancia negra, pesada, quebradiza, con aspecto de piedra, desconocida para el vulgo pero preciosa a los ojos de los iniciados". Sitúese todo esto en el ambiente de una época, roturada por un vial poderoso y arraigado, como el Camino de peregrinación jacobea, y conclúyase por natural que tenía que ser Santiago necesariamente donde el laboreo mágico-artesanal del enigmático azabache alcanzase plenitud y hondas raíces.

Los yacimientos de azabache no se prodigan en demasía. En Europa hubo en tiempos una cierta producción testimonial en Francia. En Inglaterra perduró durante más años, con mayor intensidad y mayor tradición. Pero es en la Península Ibérica donde, desde siempre, se localizan las extracciones más apreciadas, particularmente las provenientes del histórico yacimiento asturiano que se localiza en el Concejo de Villaviciosa, en terrenos del Lías, de donde han salido las mejores piezas. Además, cabe mencionar, como proveedores tradicionales, especialmente en los tiempos pretéritos de gran demanda, algunas minas localizadas en el norte de Portugal y el yacimiento de la cuenca del Utrillas, en Teruel.

Esplendor y decadencia

El Camino y la devoción jacobea son causa prima del arraigo de la artesanía de la talla del azabache en Compostela, si bien no pueda establecerse con precisión de fecha la correspondiente al comienzo de la misma; con rigor documental sí se constata que ya en el siglo XIV aparece esta actividad consagrada en la ciudad al servicio de los peregrinos del Apóstol, con profusión de piezas y amuletos que los viajeros adquieren como recuerdo de su visita al milagroso Santo.

La importancia gremial de los maestros artesanos de Santiago crece rápidamente, como lo muestra la constitución, en 1410, de la "Cofradía de Maestros Azabacheros Compostelanos", que toma como patrón a San Sebastián, y que, con admirable organización, emite unas severas ordenanzas gremiales para ordenar el que ya entonces era un pujante comercio local. En ellas se establece una regulación estricta del control de calidad de la materia prima que debe emplearse, prohibiendo la venta de azabache pegado, definiendo el grado mínimo de pureza exigible, prohibiendo la reventa por personas ajenas al gremio, e imponiendo duras sanciones al comercio de piezas realizadas en talleres que no fueran los de Santiago. Según consta en documentos de la época, en 1530 el gremio de azabacheros compostelanos estaba compuesto por cuarenta artesanos, cada uno con su taller y sus aprendices. Esta etapa de esplendor y de pujanza pervivió hasta mediados del siglo XVI, en que inicia una ligera decadencia al variar los gustos hacia el ámbar y el marfil.

Al fin, las interminables Guerras de Religión que asolaron Europa y la decadencia agonica de la posición internacional de España acabaron por reducir a mínimos absolutos el tráfico de peregrinos hacia Compostela. Desde mediados del XVIII, no sólo el azabache, sino el propio atractivo del hecho jacobeo llegaron a desaparecer prácticamente. Como consecuencia de tan aguda crisis, el instinto de supervivencia de los escasos artesanos que pudieron mantener abiertos sus talleres derivó hacia la única vía posible, la civil. Santiago dejó de ser monopolio y el comercio se dispersó en las ferias rurales, a la venta ambulante, y ya no sólo en base a las antiguas tallas del Apóstol, crucifijos y rosarios, sino también en un amplio muestrario de modestos abalorios, aderezos de aldeanas, pendientes, gasgantillas y, particularmente, amuletos en forma de "higas" que las madres colgaban al cuello de sus hijos para librarles del "mal de ojo".

El Renacimiento

A tal punto alcanzó la decadencia, que a principios del pasado siglo la artesanía del azabache era pura memoria en Santiago, ni un sólo artesano quedaba con taller abierto en la ciudad. Así las cosas, en 1916, la Sociedad Económica de Amigos del País decidió tomar cartas en el asunto y traer directamente de Asturias a un artesano, Cristóbal de Ordines, para que explicase a los orfebres compostelanos la técnica perdida del labrado del azabache. De aquél aprendizaje histórico surgió como alumno aventajado el maestro mayer "El Viejo", que era escultor, joyero, grabador y mil cosas más. A él y a los que con él apostaron por la recuperación, se debe el resurgimiento de la vieja tradición que, con altibajos coyunturales, llegará a nuestros días.

En el tránsito del XIX al XX la artesanía civil del azabache vivió una de esas "puntas" comerciales a nivel europeo en razón de una curiosa y significativa circustancia: al morir, el príncipe Alberto, la reina Victoria de Inglaterra compareció en los funerales luciendo azabaches labrados, como símbolo de luto. El ejemplo tuvo una proyección inmediata en la alta sociedad y la burguesía de toda Europa, abriendo una nueva vía comercial y otorgando un nuevo simbolismo a esta artesanía durante varias décadas.

Pasada aquella euforia, la artesanía del azabache tornó a una crisis sostenida, tendente a lo testimonial en todo el ámbito europeo a lo largo de las últimas décadas. En la actualidad, medio centenar de personas trabajan el azabache en Santiago, aun cuando sólo sean tres los talleres merecedores del tratamiento de maestro azabachero.

En todo caso, resulta indudable que la del azabache es una artesanía y un comercio de gran importancia en Santiago. En su casco viejo, especialmente en el entorno de la Catedral, hay más de cincuenta tiendas cuyos escaparates exhiben mayoritariamente piezas y joyas elaboradas con este material.

 

 

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